Moscú, 2 jul (PL) Desde hace décadas el dinero mueve las consciencias en el deporte; el fútbol, en especial, es uno de los negocios más globalizados y penetrados por las televisoras, convirtiéndolo en una industria de gran magnitud a nivel mundial.
El negocio llega a tal punto que gran cantidad jugadores cobran cifras multimillonarias en sus clubes, mucho más escandalosas que, por ejemplo, 10 o 15 años atrás.
La vida del futbolista se convierte en una maquinaria comercial, en un negocio indetenible de hacer dinero.
Cobran por derechos de imagen, por anuncios publicitarios, por representación y por supuesto, claro está, por jugar al balompié, ese simple acto de practicar deporte, ese episodio semanal que mueve masas y fanatiza, y crea aficiones cada vez más pobladas.
Los jugadores, totalmente mercantilizados, cobran un dineral, incluso, por representar a su país en campeonatos internacionales, en este caso en la Copa del Mundo de fútbol de Rusia-2018.
Pero entonces aparece un oasis en medio del gran desierto, un futbolista francés de apenas 19 años que le grita a las mil vírgenes que defender los colores y la bandera de su país es un honor, que no lleva obligación comercial ni ánimo de lucro.
Resulta que Francia paga 20 mil euros a cada uno de sus jugadores por cada partido en la cita del orbe y Kylian Mbappé, llamado a suceder en el trono del fútbol mundial a Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, decidió donar esa cantidad en metálico, porque -dice- no se debe recibir pago por jugar con la selección nacional.
Mbappé no tiene problemas financieros en su vida, dirán muchos. Cobra 17,5 millones de euros anuales en el Paris Saint Germain. Una barbaridad de plata para un chico tan joven.
Sin embargo, cifras millonarias cobran cientos de jugadores, miles, y muy pocos -por no decir más ninguno- tuvieron la sensatez de donar ese dinero, que en el caso del delantero galo llega a la asociación Preiers de Cordees, que brinda ayuda a niños discapacitados.
Si Francia llegara a la gran final del certamen, cada jugador habría recibido 140 mil euros y si llegara a subir al trono entonces obtendrían un bono adicional de 300 mil euros.
En el caso de Mbappé, la joya que corre a la velocidad de Usain Bolt pero sobre hierba, en canchas de fútbol, esa cantidad servirá para repartir felicidad, será una bendición para esos niños con problemas.
Eso sí, nadie tiene la obligación. Es la cruda realidad. La consciencia y el sentido más estricto del honor están muy perdidos por estos tiempos dentro de enormes y lujosos yates y mansiones, en megafiestas. Mbappé, el mecenas, merece respeto.
El dinero, la industria del fútbol, y el mecenas Mbappé
Por Yasiel Cancio Vilar